Si algo caracterizaba a mis nuevos vecinos, era ser fuertemente supersticiosos, rasgo que quedó en evidencia desde el primer día. Mi llegada había coincidido con la aparición de un antiguo manuscrito en el Instituto Bernasconi. No digo que todos me hicieran cargo de las desgracias que el documento anunciaba, pero entre los habitantes de ese par de manzanas orgullosas de Parque Patricios, cambiar de barrio no estaba bien visto. Toda mudanza era considerada sospechosa, más aún si junto con el extraño llegaban las malas noticias.
—Este siempre fue un barrio tranquilo —escuché decir a una mujer que se jactaba de pertenecer a una familia que llevaba cinco generaciones en la misma casa—. Acá nunca pasó nada raro hasta que llegó este flaco.
—A mí tampoco me gusta —agregó el dueño del mercadito—. Dicen que la profecía habla de un extranjero entre las ratas.
Cuando entendí que se referían a mí, dejé los productos que estaba a punto de pagar y salí a la calle. Caminé en dirección a casa, no me detuve ni en las esquinas y evité mirar a los pocos vecinos con los que me crucé. Cerré con llave y no volví a salir hasta el día siguiente.
El manuscrito había sido encontrado la misma mañana de mi mudanza, durante unos trabajos de restauración en la biblioteca del Instituto Bernasconi. Estudios posteriores acreditaron su autenticidad. El documento era muy antiguo, y angustiante lo que presagiaba: en coincidencia con la medianoche de la vigésima segunda luna llena del nuevo siglo, las ratas inundarían el barrio. Los entendidos consultaron gruesos tratados esotéricos y sacaron cuentas. La conclusión fue contundente: poco antes de terminar el año, las ratas nos arrasarían. No estaba claro cuál era la relación entre la luna y las ratas, pero a los vecinos no pareció importarles; en Parque Patricios era impensable cuestionar una profecía enunciada un siglo antes. Aún más inadmisible era desconfiar de un manuscrito que, por alguna razón misteriosa, había logrado permanecer en la oscuridad hasta la llegada del “extranjero”.
El uso del verbo inundar no era arbitrario: el documento hablaba de cientos de miles de ratas, una masa continua y dinámica, con lo cual el comportamiento del conjunto bien podía asimilarse al de un fluido. Tan solo imaginarlo provocaba escalofríos.
Fragmento del cuento “Profecía”
Fotografía: Valeria Kohler