El Tano hizo un gesto de fastidio y guardó la foto en el bolsillo. Hablar de la casa era peor que discutir de fútbol o de política, mucho peor. El único que no se metía nunca era el borrachín de la mesa del fondo, siempre en silencio.
—¡Una foto es una foto, Tano —dijo Abel, con su acostumbrada cizaña—, la realidad es otra cosa!
Según Abel, la casa azul no existía. Eso al Tano lo ponía como loco.
—¡Cómo no va a existir si la tenés acá a la vuelta, justo enfrente del kiosco.
—Frente al kiosco hay un baldío, Tano, ¡si de noche vienen del otro lado de la vía a repartirse la basura!
Mencionar el baldío desataba el escándalo. La mesa era chica y hablaban todos a la vez, difícil saber qué decía cada uno.
—Lo de la basura no sé, pero la gente viene, eso es cierto. Son pobres diablos que se van apenas amanece.
—¡Será un espejismo, entonces! —se burló Abel—. Azul profundo, un cielo estrellado…
El Colo quiso acercar posiciones:
—Para mi que la casa existe, pero debe estar en otro barrio.
—¡Claro! —dijo Abel—, un día está acá a la vuelta… y otro día en Flores o en Saavedra.
El pobre Colo no entendió que era una broma y se entusiasmó:
—¡Con razón! —gritó— Si te fijás bien, el frente de la casa tiene dos numeraciones distintas. Mostrá la foto, Tano.
Abel se apuró a interrumpirlo:
—Dejá, Tano, no muestres nada, que ya la conocemos de memoria. ¡Parecemos pelotudos, che!
El insulto dejó un vacío incómodo. Sin levantar la vista de su copa, el borrachín de la mesa del fondo habló por primera vez.
—Conozco bien esa casa —dijo—; está siempre ahí, salvo cuando uno la busca. La mera intención de encontrarla es poner en duda su existencia.
Abel le echó una mirada fulminante. Detestaba que lo contradijeran, peor aún si el impertinente era un borracho desconocido con aires de filósofo.
—¿Y usted quién es? ¿De dónde salió?
El borrachín se encogió de hombros.
—Ocupo esta mesa desde hace cuarenta años —dijo con voz calma—. No dejé de venir ni un solo día.
El mozo miró el reloj y empezó a levantar los pocillos vacíos. El Colo no se dio por aludido y retomó su vocación mediadora.
—Por ahí la casa existe solo de a ratos —dijo—, para que esos pobres diablos duerman bajo techo. O para que el Tano saque una foto de puro pedo, por andar boludeando con el teléfono nuevo.
El borrachín sonrió con amabilidad.
—Hágame caso —dijo—: el único secreto es no buscarla. Esa casa es solo para quien la encuentra.
El Tano tanteó el bolsillo y respiró aliviado, hasta se le iluminó la cara. El borrachín se puso de pie, dejó un par de billetes sobre la mesa y salió a la calle. De a poco se perdió en la noche, caminaba en dirección al baldío.
Fotografía: Matías Ginesin
Instagram: @matiasginesin
(Muchas gracias, Matías!!!)
Una casa más, un enigma más y la necesidad de los seres humanos de tener un refugio, una certeza, un abrazo… Un cuento para pensar en nuestra humanidad, en la soledad y en la necesidad de una casa como hogar…
Hola, María Rosa, gracias por tu comentario: me maravilla entender cómo el lector recibe un cuento determinado. Cómo lo razona y lo siente. ¡No hay dos lecturas iguales! Como bien decís, debajo de cierto clima fantástico de una casa que está y a la vez no está, subyace lo humano, las personas con sus necesidades y carencias, la sensibilidad del otro, y hasta personajes del propio cuento, que también están invisibilizados, hasta que un día dejan de estarlo. Gracias de nuevo, un abrazo!