Los que no creían en la invasión vieron una simple hoja sobre el asfalto. No distinguieron sus pinzas cortas y fuertes como tenazas, tampoco sus patas largas y ágiles, de bordes dentados y filosos. Menos aún notaron el encorvarse del lomo erizado, teñido por las toxinas del veneno. Ingenuos, acaso ciegos, no se percataron de que el invasor abandonaba su escondite. Bello, sigiloso, mortífero.
Bello, sigiloso, mortífero!!!
Genial!!!
Y pensar que uno anda por la calle diciendo “Uy, mirá qué linda hojita”. Más respeto!
Sigo impresionada por esa visión…
No, no, por favor… un salmón a las finas hierbas ahí!