Todavía no anochece, pero el bar está casi vacío. Ajeno a la impaciencia del mozo, un joven lleva horas sentado junto al ventanal. No ha pedido más que pan y un vaso de agua que apenas ha probado. Se limita a mirar al otro lado de la calle empedrada, los ojos fijos en la
Una delgada capa de hielo molido cubre el mostrador de azulejos blancos. La mujer lleva un buen rato esperando; nadie se acerca a atenderla, ella tampoco reclama. Sus ojos están fijos en el mostrador; los observa con desconfianza, nunca antes vio pescados como esos. Apilados unos sobre otros, parecen un cardumen voraz, todavía más