El Tano hizo un gesto de fastidio y guardó la foto en el bolsillo. Hablar de la casa era peor que discutir de fútbol o de política, mucho peor. El único que no se metía nunca era el borrachín de la mesa del fondo, siempre en silencio. —¡Una foto es una foto, Tano
La noche que el doctor Patricio Gauna desapareció, el ascensor del edificio no funcionaba. El desperfecto mecánico podía parecer ajeno a los hechos, pero tal vez no lo fuera; con casi ochenta y cinco años, Gauna se había esfumado en las escaleras. La indiferencia de los vecinos resultaba muy llamativa, más aún cuando casi
Todavía no anochece, pero el bar está casi vacío. Ajeno a la impaciencia del mozo, un joven lleva horas sentado junto al ventanal. No ha pedido más que pan y un vaso de agua que apenas ha probado. Se limita a mirar al otro lado de la calle empedrada, los ojos fijos en la
El subte son dos ojos de serpiente en lo profundo del túnel. Miro el reloj en mi muñeca, son casi las diez de la noche y los pocos que quedamos en el andén solo queremos llegar a casa. Intento distinguir sus caras, juego a adivinar a qué se dedica cada uno. Creo reconocer a
Duerme boca abajo, atravesado en la cama, hasta que lo despierta el silbato del tren. Entreabre los ojos, le pesan los párpados. Lo primero que ve es la botella vacía sobre la almohada, a pocos centímetros de su nariz. Las sábanas están revueltas y teñidas de un tono rojizo, reflejo del cartel de la
Si algo caracterizaba a mis nuevos vecinos, era ser fuertemente supersticiosos, rasgo que quedó en evidencia desde el primer día. Mi llegada había coincidido con la aparición de un antiguo manuscrito en el Instituto Bernasconi. No digo que todos me hicieran cargo de las desgracias que el documento anunciaba, pero entre los habitantes de
El ascensor, centenario, es una jaula negra que me eleva. Observo atentamente a través de sus paredes enrejadas. Veo cómo la gran escalera de mármol trepa alrededor del hall central hasta enhebrar, uno a uno, los cinco pisos del edificio. Poco antes de llegar al tercero, escucho un sonido metálico. Conozco esa llave que
Una delgada capa de hielo molido cubre el mostrador de azulejos blancos. La mujer lleva un buen rato esperando; nadie se acerca a atenderla, ella tampoco reclama. Sus ojos están fijos en el mostrador; los observa con desconfianza, nunca antes vio pescados como esos. Apilados unos sobre otros, parecen un cardumen voraz, todavía más
—Los vi esconderse —insistió el viejo a los dos policías—. Viven ahí abajo, en la inmundicia de los desagües.Eran las dos de la mañana. El viejo llevaba un sobretodo raído y se cubría los ojos con el brazo, enceguecido por el destello intermitente de la luz del patrullero. Apenas podía mantenerse en pie, difícil saber
Los que no creían en la invasión vieron una simple hoja sobre el asfalto. No distinguieron sus pinzas cortas y fuertes como tenazas, tampoco sus patas largas y ágiles, de bordes dentados y filosos. Menos aún notaron el encorvarse del lomo erizado, teñido por las toxinas del veneno. Ingenuos, acaso ciegos, no se percataron de